Kisbi, el perro de mi prima

Kisbi era un perro que nació sobre el año 50. Era de raza desconocida, de aspecto muy simpático. Era de talla mediana, de color canelo, con un rabo retorcido con muchísimo pelo. Lo recuerdo con las patas finas y muy ligero al andar y que el rabo era como un gran plumero que iba a derecha y a izquierda.

Kisbi era el perro de mi prima Juanita. A mi prima se lo regaló su novio Enrique. En su casa habían tenido una cría de perros y Juanita lo había recogido como el más bonito de la camada que había nacido.

Kisbi fue un perro que vivió a lo mejor sobre 12 años o 15. Para hablar de él he preguntado a Juanita que tiene 98 años y enseguida, con su voz juvenil ha dicho «¡Ay Kisbi, ay Kisbi!». Yo he empezado a nombrar y recordar a Kisbi contándoles cuentos a mis nietos, hablándoles del pasado, historias de la familia, de niña, «bueno pues la yaya conocía esto. Yo conocí un perro que…» y quizás recuerdo como anécdotas graciosas tres o cuatro de su vida, las que siempre comentamos y que son mis recuerdos de niña.

Recuerdos

Recuerdo cómo siendo mi hermana una niña de unos dos años, se puso a pelar un caramelo. Ella le dijo, «Te daré un trocito” y Kisbi esperó. Cuando mi hermana ya tenía el caramelo en la mano, Kisbi se lo comió entero. Y mi hermana, que le encantan de siempre los animales, se quedó sin caramelo. Pienso que aquel perro la debía querer.

En aquella época vivíamos las dos familias en el barrio del Carmen. Nosotros en la calle Roteros y mi tía, mis primas y Kirbi detrás de la iglesia de los santos Juanes. Pues Kirbi se cruzaba todo el barrio para ir y venir de una casa a otra. Cuando llegaba a mi casa, tocaba la puerta con las patitas, se le abría y entraba. Si estaba mi padre no entraba. Asomaba la cabeza y se iba corriendo porque mi padre le hacía movimientos con los pies, ruidos con el dedo índice y el perro salía corriendo como alma que pierde el diablo. Tanto mi madre como mis primas y mi tía, si querían decirse algo, no era época de teléfonos, ponían un papelito en el cuello de Kisbi que iba de una casa a otra a llevar el recado. O incluso un paquetito de café, o cualquier cosa.
Cuando al cabo de unos años mi prima se casó, se llevo a Kisbi con ella, claro. Mi prima se fue a otro barrio, al final de Antiguo Reino. Era otra época, finales de los años 50, así que supongo que lo soltarían a la calle.
Y Kisbi había aparecido alguna vez donde había vivido antes con mi tía y mis primas. Alguna vez avisaron a Juanita de que Kisbi había aparecido por allí a verlos en la portería. Nosotros tampoco vivíamos ya en el barrio.

Realmente era un perro simpático y claro mi prima que ha adorado siempre a los animales, dice “yo lo quería con locura”. Cuando nació su primer hijo, Kirbi se sentó al lado del Moisés del niño sobre sus patas traseras y allí se pasaba las horas, vigilándolo, que nadie se acercara. Cuando te acercabas, él daba cuatro vueltas alrededor del capazo, como diciendo “venga, fuera de aquí”.

Recuerdo también que vino mi abuela Dolores del pueblo a visitarnos y fuimos a casa de Juanita, mi tía vivía con ellos. Kisbi podía tener perfectamente 9 o 10 años ya, o sea ya acusaba la edad. Le debieron decir a mi abuela “Si quiere puede bajarlo a la calle” y mi abuela, tan contenta, cogió al perro. Del quinto piso que vivía mi prima bajaron por la escalera. Mi abuela no pensaba ni subir ni bajar por el ascensor. Ella sola con el perro dieron un paseo y a la vuelta, ahí tuvieron un forcejeo el perro que no quería subir por la escalera y mi abuela que no quería subir por el ascensor. Al final mi abuela subió y dijo “Rediós, al perro lo he tenido que subir cinco pisos en brazos”. Kisbi ya era mayor y tenía problemas de corazón. Ni Juanita ni yo recordamos cuando murió. Pero nos ha dado muchos recuerdos.

Mi recuerdo del año que nevó en Valencia

Leyendo el libro de Rafael Chirbes, he recordado mi anécdota de aquel día que nevó en Valencia.

Era el año 56. Debía ser el mes de febrero. Mi madre se puso enferma, no recuerdo si por una gripe, o por sus problemas de vesícula, un cólico, el caso es que se puso enferma. Y vino a cuidarla mi tía Valentina, hermana de mi padre.

Yo debía tener 10 años y mi hermana 5 o así. Como digo, mi tía vino a cuidarnos, y debió coger una gripe tan fuerte que acabó también en la cama, en mi casa. Las dos enfermas, mi madre y mi tía.

Aquel día que nevó mi padre estaba trabajando y recuerdo que vino el médico, don Napoleón, a casa y expidió unas recetas. Vivíamos en Benicalap, y tuve que ir a una farmacia al final de la avenida Burjassot. Pasando el barrio de Tendetes, a la orilla del río, a una farmacia que había. No sé si fui hasta allí porque no encontré el medicamento más cerca o porque solo estaba esa farmacia. Eso no lo recuerdo.

Plaza de Benicalap. Nevada 1960
Foto del archivo de Julio Cob, http://valenciablancoynegro.blogspot.com/

No sé si yo era más mayor que los niños de 10 años de ahora, pero el caso es que llegué a la farmacia. Recuerdo las vías del tranvía tapadas por la nieve. No funcionaba ese día el tranvía.
Recuerdo andar esos dos o tres kilómetros con nieve por las calles y recuerdo también hacer las comidas. En mi casa se guisaba con petróleo. El petróleo era un hornillo con una base cuadrada, con cuatro patas al aire, un pequeño depósito abajo, y del depósito salía una manga de trapo que salía empapada de petróleo. Tú la subías hasta la zona del quemador, abrías una manecita que había en el lateral y encendías una cerilla y se prendía.

Muchas veces aquel trasto no se encendía bien, o hacía como una pequeña explosión. Y yo ahora pienso que tanto mi madre como mi tía debían estar muy malas para no levantarse de la cama ninguna, yo trasteando con el hornillo. Total que el hornillo hizo una explosión y yo me chamusqué el flequillo, las pestañas,… todo socarrado. Creo que nunca más después de aquello volví a manejar aquel artefacto.

Y este es mi recuerdo de aquel año que nevó en Valencia. Parece ser que había habido otra gran nevada en el año 46. Mi madre estaba embarazada de mí y siempre contaba que fueron al cine Tyris en la avenida Jose Antonio de entonces, actualmente Reino de Valencia, y cuando salieron del cine no iban ni coches, ni tranvías, ni autobuses.

Con lo cual estos fueron los dos años relacionados con mi vida y la nieve en Valencia.

La casa de mi tía Valentina

La casa de mi tía Valentina es una de esas casas de mi infancia y siempre que paso por la zona la recuerdo con añoranza. Por eso he decidido hablar de ella.

Mi tía Valentina vivía al lado del Mercado Central, detrás de la iglesia de Los Santos Juanes en  la calle d’Exarchs, creo que era en el número 2.

En aquella finca en el centro de Valencia, en pleno barrio de Belluters, se habían conocido mis padres. Mi madre servía en uno de los pisos en casa de un médico y mi tía, hermana de mi padre, vivía en la buhardilla de aquel edificio.

Yo supongo que mi tía habría venido durante la guerra a Valencia, mi padre se vino a Valencia cuando terminó la guerra porque tenía aquí a una hermana y allí se conocieron mis padres.

Recuerdo el piso  donde vivía este médico al que yo siempre iba cuando iba a casa de mi tía. Yo entraba y salía con naturalidad, jugaba con alguna de las niñas de la casa, porque mi madre entraba con toda confianza a pasar la tarde, a hablar un rato,…

Aquella era una casa antigua con techos altísimos. Con aquellas escaleras de techos altos con pequeñas esquineras para sentarte a mitad de escalera entre rellano y rellano. Recuerdo la parte de delante con el despacho del médico con lámparas de cristales y una pequeña habitación donde estaba la camilla y que yo recordaba con pánico. Yo era una niña con anginas y siempre que me constipaba venía don Domingo a casa si estaba mala y después siempre pasábamos por aquel gabinete a que me auscultara.

Recuerdo que era una casa con poca luz, patios de luces, una casa muy grande, con el poderío de un médico de la época ya asentado, con sillones de tapicerías que en mi casa no había.

La casa de mi tía

Arriba en el último piso vivía mi tía Valentina, en la buhardilla. Ahora lo recuerdo como un sitio super romántico, al lado de la terraza.

Era el tejado de la vivienda. En la parte de delante la vivienda estaba cubierta por tejado y lo que era la buhardilla pequeñas ventanas que daban a la terraza y la parte de delante del edificio, haciendo la inclinación de un tejado, la terraza de aquella vivienda.

Igual que yo en la calle Roteros no recuerdo torres, aquí sí que las recuerdo, porque mis primas, mis tres primas, pasaban mucho tiempo en aquella terraza. Al lado había tejas de otro edificio. Recuerdo los alambres de tender. Se veían las torres de Los Santos Juanes, iglesia donde se casaron mis padres, y luego se veían todas las cúpulas del mercado, del Mercado Central.

Era un pasillo largo, había un water común a la derecha, un water de aquellos que luego encontré en una escuela, que una compañera mía decía enfadada «es que esto no es un water, es un tiro al blanco». Era un mármol con un agujero. Y luego a la izquierda entrabas y había dos pequeñas habitaciones donde vivía una mujer con su hijo y al fondo vivía mi tía.

Entrabas directamente a un comedor  donde dos de mis primas que eran modistas siempre tenían una mesa interesante para una niña, con telas, tijeras, metros, acerico, que despertaban siempre curiosidad.

El comedor tenía también una zona para guisar y tres habitaciones. Una oscura, cerrada con una cortina y otras dos. Los techos abuhardillados.

De aquella casa recuerdo las torres, la sensación de un tejado, de unos gatos que tenían ellas, que se llamaban Camilo y Cati, tenían también un perro que se llamaba Quisbi. Recuerdo también aquella sensación que tenía yo cuando iba a casa de mi tía y pasaba por la calle de la Bolsería. Siempre que paso cuento y repito que me compraba unos caramelos que eran como unas piedrecitas, que estaban en un frutero. Un poquito más adelante había una casa de frutos secos. Y siempre el viernes, día que mi padre no trabajaba por la tarde, se asaban frutos secos, se compraban almendras, se compraban dulces, el viernes era como el día festivo de mi casa.

Esta era quizás para mí la casa de los abuelos que no vivían en Valencia. Era la casa de mi tía Valentina, una mujer divertida, con carácter, que enviudó joven con sus hijas pequeñas. La recuerdo siempre vistiendo de gris, con zapato abotinado. Y que luego murió  no tan mayor como a mí me parecía que era. La recuerdo con cariño.

Esta casa, en un plan de derribos se tiró. Tenía un patio, una portería pequeña entrando, una gran puerta de patio altísima que cogía hasta lo que era la primera planta, estas viviendas que había no muy altas, como entresuelos, con arco de hierro formando un semicírculo, la escalera de mármol ancha con grandes peldaños. Un edificio antiguo sí, pero pienso que actualmente no se habría tirado porque en Valencia actualmente se han rehabilitado muchas viviendas y no tan bonitas como aquella.

Vista aérea de la calle Exarchs y la Iglesis de los Santos Juanes. El solar es la casa de mi tía

El edificio se declaró en derribo cuando yo tendría unos diez u once años. Se fueron todos los vecinos y después de estar cerrado muchos años cayó parte del edificio y finalmente lo derribaron.

En el solar que se ve en la foto estaba situado el edificio, enfrente de los palacios góticos de los Exarchs, que actualmente y después de mucho tiempo en el olvido se están restaurando.

La otra casa que recuerdo como mía es la casa del pueblo de mis abuelos, en Orea.

Mi casa de la calle Benipeixcar

Después de cinco años viviendo en Benicalap, donde vivimos muy contentos con nuestros vecinos, las amigas del colegio, una época que recuerdo llena de felicidad, pasamos a vivir al piso de la calle Benipeixcar.

Era el año de cuarto, y mi padre había comprado el piso en verano. Este piso le venía mucho mejor que el de Benicalap porque no tenía que coger el tren, solo el tranvía, tenía más tiempo para comer entre trabajo y trabajo, y llegaba más pronto por la noche a casa.
El piso de Benicalap mi padre lo vendió, y entre verano y navidades hicimos el traslado.

Primeros vecinos

La calle Benipeixcar era una calle que se había hecho en una expansión de zona de huerta de la zona de la calle Sagunto, con lo cual fuimos la primera familia en llegar allí a vivir, víspera de Navidades.

El piso de la calle Benipeixcar es un piso de principios de los 60. Un edificio de cuatro plantas, sin ascensor, dos puertas en cada rellano, nosotros vivíamos en el segundo piso.

En este piso viví hasta que me casé y actualmente es mío, lo he heredado de mis padres, y es un piso al que le tengo mucho cariño porque viví muchos años en él, y si en este momento hay una vivienda que es el piso de mis padres para mí, es este, ya que fue la última vivienda en la que yo viví con ellos.
Mis padres en el año 85 o así se cambiaron a vivir a un piso con ascensor.

Este piso tiene una fachada de ladrillo rojo con balcones corridos. Es un piso grande y alegre.

El patio es pequeño. De como era entonces a como es ahora lo veo muy envejecido, pero en su momento era una vivienda bonita.
El patio tenía tres escalones para subir a la escalera, ventanas en los rellanos de la escalera que recibía mucha luz, un solo patio de luces, la vivienda era prácticamente exterior menos dos habitaciones y el baño, orientada al norte la fachada de los balcones, y al sur la zona de la cocina y el comedor, muy soleada.

Entrando, el recibidor era bastante grande, una puerta a la derecha que daba a una habitación, pasabas un pequeño arco de escayola y había a la izquierda un armario empotrado y a la derecha el dormitorio de mis padres. Un largo pasillo donde nos encontrábamos a la izquierda dos dormitorios y un cuarto de baño, y al fondo una puerta por la que se entraba al comedor y del comedor a la cocina, que tiene una galería.
Las habitaciones muy grandes en comparación con el tamaño del comedor.
Desde la primera habitación se salía al balcón.

Los colores de la vivienda

La casa en origen la recuerdo pintada según el estilo que se llevaba, puertas blancas, lacadas, tallas bonitas de escayola, que también había en la casa de Benicalap, con los centros para las lámparas y pintadas en colores vivos.
Recuerdo perfectamente la salita pintada en color naranja, la habitación de mis padres en morado, el recibidor y el pasillo en amarillo, creo que en azul los dormitorios de dentro. Era una casa de colores vivos muy agradables. Luego se transformó cuando llegaron los papeles pintados, luego se volvió a transformar cuando llegaron los estucados, y ahora se han lijado los estucados para volver a ser todo liso, y blanco.

Volviendo al tipo de vivienda que se llevaba, en la entrada había una salita.
El dormitorio de mis padres era muy grande. Nuestro dormitorio era la primera habitación del pasillo, también grande y el segundo era más pequeño. Era un cuarto que se usaba también como trastero, había un baúl, la máquina de coser.
En el cuarto de baño había una de esas medias bañeras que se llevaban entonces. Y el comedor soleado amplio y la cocina también muy soleada, desde donde se salía a la galería.

Qué recuerdo yo de aquella casa

Mi madre trajo sus muebles siguiéndola a ella. En esta vivienda puso mi madre una salita. Ya no era la salita de las cretonas, los pajaritos y las cortinas. Compró una salita que nos costó Dios y ayuda encontrarla a su gusto. Tapizada en amarillo, con un mueble, balancines, aún conservo el mueble y uno de los balancines.
En su habitación su dormitorio de siempre. Cambió solo el armario.
En nuestra habitación también pusimos los muebles de origen de cuando se casó, dormíamos mi hermana y yo. Luego esos muebles se cambiaron por dos camas de estilo mallorquín muy bonitas.

En el comedor pasamos a tener sofás, que antes no teníamos, se pasó a tener frigorífico. En Benicalap teníamos una nevera, qué pena que se tirase. Era de madera, con el clásico serpentín que pasaba el señor vendiendo el hielo, se ponía el hielo en la nevera, se enfriaba el serpentín, había un depósito de agua frío.
Pasamos a tener frigorífico y en el año 65 o así compramos la televisión, y cambió nuestro estilo de vida.

Esta vivienda en la que, no sabría cómo describirla, vivíamos ocho vecinos, la terraza arriba a la que subíamos de vez en cuando a tomar el sol, nunca a tender ropa. Y hoy cuando voy a esta casa la veo tan vieja, el barrio y la gente que vivía en ellos han envejecido me genera cierta pena. No lo digo con menosprecio, hay muchos inmigrantes y esto hace que el barrio haya cambiado también.

Yo seguí yendo al colegio en Benicalap. Hice allí Cuarto y Reválida. Cogía el tren en Marchalenes y bajaba en Benicalap.
Y luego hice Primero de Magisterio en el colegio y ya Segundo me pasé a la Normal.
No sabría qué contar. Esta vivienda no era Benicalap ni los años vividos allí. Conservé por un tiempo a mis amigas de Benicalap, pero como todo en la vida, se fueron diluyendo esas amistades de la infancia y pasé a tener mis amigas en la Normal.

Estas fueron mis casas hasta que me casé, en el año 74. En ellas viví con mis padres todos estos años.
No tengo unos recuerdos del barrio tan marcados como en la calle Roteros y Benicalap, recuerdos de infancia, de jugar, de correr, de niña.

Aparte de estas casas yo quiero recordar también como casas mías la casa de mis abuelos en el pueblo y la casa de mi tía Valentina.

 

Mi segunda casa, el piso de Benicalap

La segunda casa en la que viví fue una vivienda en el barrio valenciano, entonces aún pedanía, de Benicalap.
Vivíamos en la calle Sierra de Agullent número 5.

Como ya he dicho anteriormente creo que nos cambiamos a vivir a aquella casa cuando yo tenía unos nueve años.
Nos cambiamos después del verano. Recuerdo perfectamente que estábamos en el pueblo de vacaciones, mi padre en Valencia trabajando, y cuando vino le dijo a mi madre que había comprado un piso en Benicalap.

Entonces mi madre se llevó un disgusto tremendo, porque el único tío que tenía en Valencia y sus primos vivían en el barrio de Ruzafa, y ella siempre decía que le hubiera gustado vivir por Ruzafa. Así que aquel piso le debió caer como un mazazo.

Como anécdota puedo decir que mis padres en aquellos años en los que se había empezado a edificar, mi padre no quería que viviésemos en la portería, por nosotras, por su carácter.

Recuerdo cuando llegamos del pueblo y al día siguiente cogimos el tren en la estación de FEVE, en la del puente de madera, muy próximo a nuestra casa de la calle Roteros.
Nos subimos al trenet y llegamos a Benicalap. Recuerdo las estaciones perfectamente. Primera estación, el Empalme, segunda estación, Benicalap, tercera estación, Sierra de Agullent. En aquella calle estaba la casa.
Mi madre muy enfadada, cuando llegamos le dijo a mi padre «¿Qué pasa, que has cogido el tren y has llegado hasta donde has podido sacar billete?»

La casa era un edificio típico de los que se construían en aquellos años (55-56). Un edificio de tres plantas, no voy a decir que el de la calle Roteros tuviera un gran señorío, pero no con la planta del edificio de Roteros.

Aquella casa era prácticamente un cuadrado.
Entrabas al edificio por una pequeña puerta de escaleta. Había un picaporte y se abría la puerta con una cuerda y vivíamos en el segundo piso, en la puerta de la izquierda.
Cuando entrabas a la casa había un recibidor y a la izquierda una habitación que mi madre puso de salita. Enfrente del recibidor el dormitorio de mis padres.
A la derecha por un arco de escayola se entraba al comedor y del comedor se entraba a la izquierda a un dormitorio y a la derecha a la cocina, al fondo del comedor había un gran balcón, una galería que daba luz a la estancia. Y en la galería, tal como se edificaba entonces, estaba el cuarto de baño.

En el cuarto de baño, ya habíamos prosperado, en vez de water solo, teníamos ducha.

Era una casa muy alegre porque eran todo ventanas exteriores.
En la zona, en la calle Sierra de Agullent, enfrente de nuestra casa
casa que fue muy importante para mí porque tuve mis amigos de niñez y donde jugué cantidad, había una casa, un chalet, con un gran huerto o jardín y creo recordar que cuando llegamos aún pasaba una acequia pegada a aquel edificio.

Benicalap era un pueblo con todas las características de un pueblo.

La casa, las estancias y los muebles

La casa no tenía pasillo pero era una casa bastante grande. Recuerdo la salita grande, el dormitorio de mis padres muy grande y nuestro dormitorio muy grande para ser un dormitorio secundario.
Era una casa con ventanas, no tenía balcón.

En la habitación de la entrada mi madre puso la salita, cosa que entonces se llevaba mucho, una habitación para estar. Recuerdo perfectamente la mesa camilla, donde en invierno teníamos el brasero, donde, cuando no estaba el brasero, era el sitio ideal de mi hermana y mío para jugar, debajo de las faldas de la mesa camilla.

Mi madre tenía en aquella salita dos sillones de mimbre que ya estaban en la calle Roteros.

Nos habíamos llevado los muebles de la calle Roteros; se los había hecho a mi madre en Gata de Gorgos, que era el pueblo de los señores de la casa donde mi madre estuvo sirviendo y con los que conservábamos una gran amistad, como de familia.

Los sillones eran de mimbre, muy bonitos, y todo estaba con una cretona verde con pajaritos, todo bordeado con una pasamanería de borlitas, la mesa camilla, los cojines de las sillas, una cama mueble plegable de aquellas que había que tenían la falda igual, las cretonas de las ventanas, una pequeña mesa; habíamos prosperado y en vez de repisa teníamos una mesa para el aparato de radio.
En el recibidor había la clásica consola de entonces, con el espejo, dos silla tapizadas con la misma tela que unas cortinas de flores de estilo valenciano que separaban del comedor.

El dormitorio de mis padres con su dormitorio de Roteros. El dormitorio de mis padres y la salita daban a la calle Sierra de Agullent.

Nuestro dormitorio era una habitación larga, grande y desde aquella ventana, como eran todo casas bajas, se veía la huerta y la fábrica de los cementos de la Valenciana de Cementos en Burjassot.

La cocina tenía el típico banco corrido de aquella época, una despensa de granito. Volvemos otra vez a las cortinas de cretona. Y aquí mi madre no guisaba con gas, guisaba con el petróleo que había aparecido. Aquellos hornillos espantosos de petróleo con los que se guisaba.

Fuera estaba el baño con la ducha, el lavabo y el water.

En el comedor estaban los muebles que mi madre se había llevado de Roteros 14. En el tiempo que vivimos en Benicalap mi madre se cambió los muebles, no sé muy bien por qué. Supongo que porque cambió la moda y se llevaban otro estilo de muebles. Había venido un tío mío del pueblo y le dio su comedor y se compró ella uno nuevo. Mucho más bonito el que regaló.

Mi vida en Benicalap, la libertad

Vivimos en esta casa unos 5 años. Fueron unos años muy felices. Yo fui una niña enclenque, con anginas, y en Roteros, aunque los jueves venía una señora a la portería para que pudiésemos ir a Viveros y saliésemos a tomar el sol los domingos, mi padre no tenía otra obsesión que irnos a vivir a un sitio soleado.

Yo recuerdo en Benicalap pasar a la casa de enfrente de una compañera de colegio, pasábamos el día jugando en aquel huerto.
Cambié de colegio y pasé a estudiar en el colegio de Nuestra Señora del Carmen. Las anteriores eran carmelitas, estas eran monjas de la caridad.
En este colegio estuve hasta que hice cuarto de bachiller, si mal no recuerdo

Tengo recuerdos muy agradables de libertad, con las amigas, con los chicos de enfrente, de libertad de ir en autobús a Burjassot al cine (eran dos paradas o tres).
Mi madre siempre protestaba y yo les decía a mis amigos «venid a buscarme que aunque diga que no me dejará ir».
Íbamos al cine Tívoli, al Novedades, alguna vez nos íbamos hasta Godella en el autobús.
Recuerdo aquella libertad de jóvenes, de coger el autobús, ir al cine y volver tan contentos.

Esta fue la segunda vivienda en la que yo he vivido.
Mi padre había buscado esa vivienda por el sol, porque viviéramos libres; quizás era demasiado orgulloso para ser el portero de aquella gente que vivía en la calle Roteros.
Mi padre trabajaba en el cine por la tarde y salía muy tarde por la noche. Dependía de un tranvía y de un tren para llegar a Benicalap. Si luego tenía que estar a las 8 de la mañana en la audiencia las horas de sueño eran pocas, venía a comer corriendo se volvía a ir corriendo a trabajar.

Y volvió a hacer lo mismo que había hecho años antes. Un verano que estabamos en el pueblo vino diciendo que había comprado un piso.
Mi madre se volvió a disgustar.

Había comprado el piso en la calle Benipeixcar número 5, puerta tercera, donde nos cambiamos las Navidades siguientes.

 

La casa de mis abuelos. Orea

Aurora s/n

La otra casa que recuerdo como mía es la casa de mis abuelos en Orea.

En Orea las construcciones no tienen valor arquitectónico, la arquitectura de esta zona de Castilla es pobre, no hubo órdenes militares ni órdenes religiosas que hicieran grandes edificios.

En origen esta casa eran dos viviendas. Supongo que en origen mis abuelos tendrían una y después mis abuelos tuvieron la oportunidad e comprar otra y las unieron.
Es una casa que daba a dos calles, la entrada por la calle Aurora, que se conserva como entrada principal y por la que entrabas al primer piso y la otra por la calle Ancha por donde entrabas al portal, a las cuadras y tenías que subir.

Su fachada de piedra encalada. Pequeña ventanas. Puerta de madera que accede a la entrada del primer piso, a la vivienda familiar.

Entramos: tres o cuatro escalones de ladrillo rojo cocido.
A la izquierda salvando otro escalón entramos en dos habitaciones contiguas de paredes encaladas, techos de vigas, también encaladas, y suelos de cemento.

A la derecha, sin puerta ni pared hasta lo alto, la amplia cocina, con su suelo de ladrillo rojo, al frente las pilar bordeadas de ladrillo hechos a mano con cenefas, su chimenea, el vasar con sus cantareras, mesas de tres tamaños y su precioso banco de madera.

Mi recuerdo

Me gustaría contar las sensaciones que tengo en el recuerdo de las paredes, los muebles,…

Esta casa es muy difícil no unirla a los recuerdos de la infancia, a ese olor a humo que yo percibía nada más bajar del autobús, cuando llegaba de la ciudad. Olor a humo porque se guisaba con leña.

Y luego las vivencias y la libertad que el pueblo proporcionaba a unos niños que vivían en la ciudad. Mis abuelos vivían en la calle Aurora. Orea, a pesar de ser un pueblo de montaña tiene calles anchas y su trazado es amplio.

La calle Aurora empezaba en la carretera, donde paraba el autobús y terminaba en la última calle del pueblo en aquel momento, en la calle Ancha, en una pequeña replaceta.

La casa quisiera explicarla como era entonces. En origen fueron 2 viviendas y mantenía dos tejados. Una vertiente orientada al este bastante inclinada, con un ventanal en una pequeña pared.

La fachada tenía simplemente la puerta de entrada, una puerta que en origen sería la puerta de la cuadra de esa vivienda, que estaba cegada en su parte de abajo, con lo cual era como una gran ventana que daba a la cuadra.

Había también una ventana más bien pequeña que daba a un dormitorio, una ventana que daba luz a la cocina, una ventana en la parte superior que era la de la cámara, con su carrucha y una v pequeña ventana a ras de suelo que daba a las cuadras.

Si vamos a la fachada de la calle Ancha, no era una fachada muy grande. Estaba la puerta del portal, la típica puerta de la época con una parte fija. Era bastante ancha porque entraban el carro dentro del portal. Luego una puerta de estas que se partían, con la gatera y arriba una ventana no muy grande, más arriba una ventana que daba a la cámara y en un pequeño ángulo en la calle Ancha que daba a una replaceta en la pared, otra ventana.

La casa por dentro, el suelo y la escalera tenían ladrillo rojo recocido con unas pequeñas cenefas. El suelo de las habitaciones era de cemento, no así el de la cocina que era un ladrillo rectangular cocido.

En aquella época, cuando yo era pequeña, pocas viviendas tenían un enladrillado de terrazo o de mosaicos.

Subiendo por la escalera a la izquierda dos habitaciones, de una se pasaba a otra. Veo en mi recuerdo los escasos muebles, camas, sillas,… una mesa, una. Mi abuela las tenía cubiertas con hules, a veces con un mantón. Cuadros, cuadros de flores que después han estado en casa de mis padres. Un cuadro, bueno, una imagen religiosa, la Visión del perpetuo socorro. Esas imágenes que estaba Jesús andando sobre las aguas e imágenes similares.

Mi primera casa. El piso de la calle Roteros

Mi primera casa, la casa en la que yo nací, está en la calle Roteros número 14. Está emplazada en pleno barrio del Carmen en un edificio que aún existe.
Supongo que el edificio se construyó después de la guerra. Yo nací en esta casa en el año 46.
Es quizás uno de los edificios más nuevos de la calle, y que además creo que se conserva muy bien.

Es un edificio de 4 plantas, de paredes de ladrillo rojo con balaustradas de cemento blanco y con persianas mallorquinas, que todavía se conservan.

Este edificio tenía su singularidad.
En su planta baja y en la primera había una famosa casa de muebles de Valencia que se llamaba Muebles Peris que en aquellos años de posguerra, de radio, tenía una canción que esta mañana ha salido en la radio y me ha hecho mucha ilusión oirla.

La entrada tiene una puerta negra de hierro que es la puerta original que aún se conserva. Es una puerta bonita, con cristales traslúcidos. El patio es grande. Tenía a media altura un mármol negro bordeándolo. Separando la entrada de la escalera tenía unas puertas de madera con cristales y se accedía por una pequeña puerta que entraba a los bajos de la tienda de muebles y subiendo unos pocos peldaños, a la portería del edificio.
La portería la recuerdo bien, porque mis padres eran los porteros del edificio. Tenía una habitación rectangular bastante grande en comparación con otras porterías que conocía.
Mi madre tenía un banco, no quería hablar de personas pero ya lo estoy haciendo, donde se guisaba con gas y la parte de abajo  del banco estaba cubierta por unas cortinas de cretona de cuadritos. Había una alacena con puertas de cristal, una mesa, unas sillas y una pequeña repisa donde mi madre tenía colocado el aparato de radio.

 

Luego se entraba a un pequeño patio de luces donde recuerdo que estaban los contadores de gas del edificio, y un water.

Se subía la escalera… tenía una barandilla de hierro. Tanto la puerta como la barandilla en aquel año 46, no voy a decir que fueran Art Decó, pero tenían un cierto estilo. Y se subían. Los rellanos del edificio, era un edificio sin ascensor, eran amplios. Había cuatro puertas, dos ventanales amplios en el rellano. Uno de los pisos hacía chaflán con la calle Garcilaso. Recuerdo aquel piso en el que vivía una familia con la que mis padres tenían bastante amistad y donde yo como niña subía como si fuera a casa de mis abuelos.
El piso de la derecha daba a la parte delantera del edificio, y los otros dos, uno era completamente interior y el otro, sus ventanas daban a la calle Garcilaso.

Nosotros vivíamos arriba, sobre el último piso, lo que ahora llamaríamos una buhardilla. Recuerdo aquella vivienda como una vivienda grande, muy grande, y muy alegre.
Tenía un pasillo largo, a la izquierda había un gran ventanal, torcía el pasillo a la derecha un baño. Un baño pequeño, creo que era simplemente un water si no recuerdo mal, también con una gran ventana.
Luego entraba a un comedor bastante amplio. Calculando metros, aquel comedor podía tener perfectamente 25 o 30 metros.
Cuando entrabas, a la derecha una gran ventana y también un banco corrido para guisar con una gran pila de granito. El comedor, un armario empotrado grande al fondo. Y de aquel comedor se entraba a tres dormitorios.
Enfrente el dormitorio de mis padres, en el mismo frente, pero separado por el aparador, la entrada al otro dormitorio donde dormía yo, y al fondo una gran habitación que mi madre tenía prácticamente vacía, solo recuerdo que estaba allí la máquina de coser.
En esta casa, las ventanas de delante daban a un patio de luces y a una gran terraza del edificio. La parte de detrás, desde la ventana de mi habitación y la otra se veía el río. Actualmente no sé si verá, no creo que hayan edificado grandes fincas detrás, pero en aquel momento desde allí se veía el río.

La terraza del edificio

No describiría bien la casa si no hablara de las terrazas.

Como he dicho antes el edificio hacía esquina con cuatro pisos por planta. Las terrazas eran muy grandes. Había dos patios de luces, uno del que ya he hablado cuando describía los rellanos y quizá el encanto de la vivienda es aquella terraza en la que yo tomaba el sol, jugaba.

Desde la terraza que daba a la calle Roteros recuerdo ver las terrazas de los edificios de alrededor, las casetas que remataban las escaleras, los postes metálicos con las cuerdas de tender.

Recuerdo sobre todo, y como una cosa muy lejana, subir a la terraza a ver los castillos de fuegos artificiales para San José. Por aquella época soltaban para fallas un globo. Supongo que desde la plaza del ayuntamiento. Yo recuerdo con ilusión verlo emerger de entre las fincas, asomada a nuestra terraza.

No recuerdo ver campanarios. Supongo que sí se verían, el de la Santa Cruz, el de la iglesia del Carmen, el de San Lorenzo,… pero en mi recuerdo de niña no han quedado las torres de los campanarios.

Desde la parte de detrás de la terraza se veía el rio.
El río era un sitio al que iba con mis amigos de la finca.
Con aquellos botes de casco amarillo de la leche condensada, yo que siempre he sido muy miedosa, cogían ranas, las tapábamos, y luego las soltábamos en la terraza.

Me doy cuenta recordando, que al hablar de estos pisos recuerdo también a la gente, pero no quiero nombrarla porque esto sería muy largo.
En mi edificio, en época de posguerra, vivía gente muy variada. No sé, puede recordar a cualquier novela de Cela, desde la gente muy acomodada, como unos vecinos que sus padres vivían en el edificio emblema de Bancaja, hasta las pobres chicas que cogían puntos de media, bordaban, salían emperifolladas, pero en su casa pasaban grandes apuros, vivían con su madre.
Militares, abogados, allí había un variopinto, pienso que gente de medio pelaje, y mis padres en la portería, quizá vivían con menos apuros que la mayoría de vecinos del edificio.
Mis padres habían llegado a vivir allí por la falta de vivienda en la posguerra y porque a mi padre, por mutilado de guerra, le habían adjudicado aquella vivienda.

Los muebles de la vivienda

Mi madre tenía la portería como era ella, muy repulida, pero yo recuerdo el olor a gas de aquel bajo, sobre todo cuando venía de las vacaciones del pueblo. El olor a gas lo notaba creo que nada más entrar por la puerta.

Arriba mi madre en el pasillo no tenía muebles, y en el comedor tenía unos muebles que ahora, después de que se tiraron, pienso que eran unos muebles bonitos, eran unos muebles que le habían hecho a mano cuando se casó, muy muy estilosos, ya digo era la época del art decó, hechos a medida y sobre todo recuerdo una lámpara preciosa azul que había en el comedor.

Recuerdo las cortinas rojas de encaje de mi habitación y recuerdo la gran cuna que había en la habitación de mis padres, una cuna en la que podía dormir un niño hasta los cinco o seis años. Era una cuna rosa con Bambi pintado.

No sé que más puedo contar de esta casa, quizás el ambiente de la calle Roteros, las tiendas, el colegio al que iba, La Gran Asociación, muy cerca de casa. La parroquia, a la que iba al Catecismo; recuerdo todos los niños en fila entrando por la puerta lateral, recuerdo los pasillos de aquella iglesia, creo que sería capaz aún hoy de llegar al sitio donde dábamos el catecismo.

En esta casa viví hasta que tuve unos nueve años. Después de las Navidades nos cambiamos y nos fuimos a mi segunda casa, en el barrio de Benicalap.