Amalia Avia fue una pintora realista que desarrolló su obra a lo largo del siglo XX. Nació poco antes de que empezara la guerra civil, en 1930, y el libro narra su vida desde su infancia hasta sus últimos años. Son unas memorias llenas de detalles, escritas desde la sinceridad, sin demasiados adornos y de lectura fácil y amena.
La primera parte, la de la infancia, que ocupa unas dos terceras partes del libro, se centra mucho en la familia, normal. Y sus primeros recuerdos coinciden con la guerra civil. La forma que tiene de describir los lugares, las casas más que sus habitantes, me recuerda en cierta manera a este proyecto tan bonito que inició mi madre en este blog, Mis casas, en el que su memoria nos lleva de una forma maravillosamente nítida a las casas de su vida.
Esta forma de recordar, en la que los espacios son protagonistas y una extensión de las personas que los habitan ha hecho que el libro me envolviera. Como si estuviera yo en esas habitaciones frías, en esas casas llenas de gente y de vida, observándolo todo.
Cuando habla del campo, de los campesinos que iban a las eras a trillar, del sol, del humor que les quedaba todavía a esos hombres que se habían deslomado trabajando desde antes del amanecer, no puedo evitar recordar a mi padre contando historias de su infancia. Historias de tiempos muy lejanos, aunque sean eso, las historias de nuestros padres, las de tantas familias que salieron del campo hace ya unas décadas para cambiar por completo su forma de vida.
De puertas adentro es un recorrido por el siglo XX en España. A medida que avanzo en la lectura voy teniendo referencias más cercanas, más conocidas. Y esto hace que el realismo vaya avanzando también dejando atrás el halo de novela que tiene en algunos momentos; aunque la escritura en primera persona no nos distrae, hace que no perdamos de vista a la protagonista en ningún momento.
He disfrutado con el libro, ya digo que en algunos momentos lo he leído con familiaridad, otros con curiosidad por los referentes. Recomendado.
La segunda casa en la que viví fue una vivienda en el barrio valenciano, entonces aún pedanía, de Benicalap.
Vivíamos en la calle Sierra de Agullent número 5.
Como ya he dicho anteriormente creo que nos cambiamos a vivir a aquella casa cuando yo tenía unos nueve años.
Nos cambiamos después del verano. Recuerdo perfectamente que estábamos en el pueblo de vacaciones, mi padre en Valencia trabajando, y cuando vino le dijo a mi madre que había comprado un piso en Benicalap.
Entonces mi madre se llevó un disgusto tremendo, porque el único tío que tenía en Valencia y sus primos vivían en el barrio de Ruzafa, y ella siempre decía que le hubiera gustado vivir por Ruzafa. Así que aquel piso le debió caer como un mazazo.
Como anécdota puedo decir que mis padres en aquellos años en los que se había empezado a edificar, mi padre no quería que viviésemos en la portería, por nosotras, por su carácter.
Recuerdo cuando llegamos del pueblo y al día siguiente cogimos el tren en la estación de FEVE, en la del puente de madera, muy próximo a nuestra casa de la calle Roteros.
Nos subimos al trenet y llegamos a Benicalap. Recuerdo las estaciones perfectamente. Primera estación, el Empalme, segunda estación, Benicalap, tercera estación, Sierra de Agullent. En aquella calle estaba la casa.
Mi madre muy enfadada, cuando llegamos le dijo a mi padre «¿Qué pasa, que has cogido el tren y has llegado hasta donde has podido sacar billete?»
La casa era un edificio típico de los que se construían en aquellos años (55-56). Un edificio de tres plantas, no voy a decir que el de la calle Roteros tuviera un gran señorío, pero no con la planta del edificio de Roteros.
Aquella casa era prácticamente un cuadrado.
Entrabas al edificio por una pequeña puerta de escaleta. Había un picaporte y se abría la puerta con una cuerda y vivíamos en el segundo piso, en la puerta de la izquierda.
Cuando entrabas a la casa había un recibidor y a la izquierda una habitación que mi madre puso de salita. Enfrente del recibidor el dormitorio de mis padres.
A la derecha por un arco de escayola se entraba al comedor y del comedor se entraba a la izquierda a un dormitorio y a la derecha a la cocina, al fondo del comedor había un gran balcón, una galería que daba luz a la estancia. Y en la galería, tal como se edificaba entonces, estaba el cuarto de baño.
En el cuarto de baño, ya habíamos prosperado, en vez de water solo, teníamos ducha.
Era una casa muy alegre porque eran todo ventanas exteriores.
En la zona, en la calle Sierra de Agullent, enfrente de nuestra casa
casa que fue muy importante para mí porque tuve mis amigos de niñez y donde jugué cantidad, había una casa, un chalet, con un gran huerto o jardín y creo recordar que cuando llegamos aún pasaba una acequia pegada a aquel edificio.
Benicalap era un pueblo con todas las características de un pueblo.
La casa, las estancias y los muebles
La casa no tenía pasillo pero era una casa bastante grande. Recuerdo la salita grande, el dormitorio de mis padres muy grande y nuestro dormitorio muy grande para ser un dormitorio secundario.
Era una casa con ventanas, no tenía balcón.
En la habitación de la entrada mi madre puso la salita, cosa que entonces se llevaba mucho, una habitación para estar. Recuerdo perfectamente la mesa camilla, donde en invierno teníamos el brasero, donde, cuando no estaba el brasero, era el sitio ideal de mi hermana y mío para jugar, debajo de las faldas de la mesa camilla.
Mi madre tenía en aquella salita dos sillones de mimbre que ya estaban en la calle Roteros.
Nos habíamos llevado los muebles de la calle Roteros; se los había hecho a mi madre en Gata de Gorgos, que era el pueblo de los señores de la casa donde mi madre estuvo sirviendo y con los que conservábamos una gran amistad, como de familia.
Los sillones eran de mimbre, muy bonitos, y todo estaba con una cretona verde con pajaritos, todo bordeado con una pasamanería de borlitas, la mesa camilla, los cojines de las sillas, una cama mueble plegable de aquellas que había que tenían la falda igual, las cretonas de las ventanas, una pequeña mesa; habíamos prosperado y en vez de repisa teníamos una mesa para el aparato de radio.
En el recibidor había la clásica consola de entonces, con el espejo, dos silla tapizadas con la misma tela que unas cortinas de flores de estilo valenciano que separaban del comedor.
El dormitorio de mis padres con su dormitorio de Roteros. El dormitorio de mis padres y la salita daban a la calle Sierra de Agullent.
Nuestro dormitorio era una habitación larga, grande y desde aquella ventana, como eran todo casas bajas, se veía la huerta y la fábrica de los cementos de la Valenciana de Cementos en Burjassot.
La cocina tenía el típico banco corrido de aquella época, una despensa de granito. Volvemos otra vez a las cortinas de cretona. Y aquí mi madre no guisaba con gas, guisaba con el petróleo que había aparecido. Aquellos hornillos espantosos de petróleo con los que se guisaba.
Fuera estaba el baño con la ducha, el lavabo y el water.
En el comedor estaban los muebles que mi madre se había llevado de Roteros 14. En el tiempo que vivimos en Benicalap mi madre se cambió los muebles, no sé muy bien por qué. Supongo que porque cambió la moda y se llevaban otro estilo de muebles. Había venido un tío mío del pueblo y le dio su comedor y se compró ella uno nuevo. Mucho más bonito el que regaló.
Mi vida en Benicalap, la libertad
Vivimos en esta casa unos 5 años. Fueron unos años muy felices. Yo fui una niña enclenque, con anginas, y en Roteros, aunque los jueves venía una señora a la portería para que pudiésemos ir a Viveros y saliésemos a tomar el sol los domingos, mi padre no tenía otra obsesión que irnos a vivir a un sitio soleado.
Yo recuerdo en Benicalap pasar a la casa de enfrente de una compañera de colegio, pasábamos el día jugando en aquel huerto.
Cambié de colegio y pasé a estudiar en el colegio de Nuestra Señora del Carmen. Las anteriores eran carmelitas, estas eran monjas de la caridad.
En este colegio estuve hasta que hice cuarto de bachiller, si mal no recuerdo
Tengo recuerdos muy agradables de libertad, con las amigas, con los chicos de enfrente, de libertad de ir en autobús a Burjassot al cine (eran dos paradas o tres).
Mi madre siempre protestaba y yo les decía a mis amigos «venid a buscarme que aunque diga que no me dejará ir».
Íbamos al cine Tívoli, al Novedades, alguna vez nos íbamos hasta Godella en el autobús.
Recuerdo aquella libertad de jóvenes, de coger el autobús, ir al cine y volver tan contentos.
Esta fue la segunda vivienda en la que yo he vivido.
Mi padre había buscado esa vivienda por el sol, porque viviéramos libres; quizás era demasiado orgulloso para ser el portero de aquella gente que vivía en la calle Roteros.
Mi padre trabajaba en el cine por la tarde y salía muy tarde por la noche. Dependía de un tranvía y de un tren para llegar a Benicalap. Si luego tenía que estar a las 8 de la mañana en la audiencia las horas de sueño eran pocas, venía a comer corriendo se volvía a ir corriendo a trabajar.
Y volvió a hacer lo mismo que había hecho años antes. Un verano que estabamos en el pueblo vino diciendo que había comprado un piso.
Mi madre se volvió a disgustar.
Había comprado el piso en la calle Benipeixcar número 5, puerta tercera, donde nos cambiamos las Navidades siguientes.
Mi primera casa, la casa en la que yo nací, está en la calle Roteros número 14. Está emplazada en pleno barrio del Carmen en un edificio que aún existe.
Supongo que el edificio se construyó después de la guerra. Yo nací en esta casa en el año 46.
Es quizás uno de los edificios más nuevos de la calle, y que además creo que se conserva muy bien.
Es un edificio de 4 plantas, de paredes de ladrillo rojo con balaustradas de cemento blanco y con persianas mallorquinas, que todavía se conservan.
Este edificio tenía su singularidad.
En su planta baja y en la primera había una famosa casa de muebles de Valencia que se llamaba Muebles Peris que en aquellos años de posguerra, de radio, tenía una canción que esta mañana ha salido en la radio y me ha hecho mucha ilusión oirla.
La entrada tiene una puerta negra de hierro que es la puerta original que aún se conserva. Es una puerta bonita, con cristales traslúcidos. El patio es grande. Tenía a media altura un mármol negro bordeándolo. Separando la entrada de la escalera tenía unas puertas de madera con cristales y se accedía por una pequeña puerta que entraba a los bajos de la tienda de muebles y subiendo unos pocos peldaños, a la portería del edificio.
La portería la recuerdo bien, porque mis padres eran los porteros del edificio. Tenía una habitación rectangular bastante grande en comparación con otras porterías que conocía.
Mi madre tenía un banco, no quería hablar de personas pero ya lo estoy haciendo, donde se guisaba con gas y la parte de abajo del banco estaba cubierta por unas cortinas de cretona de cuadritos. Había una alacena con puertas de cristal, una mesa, unas sillas y una pequeña repisa donde mi madre tenía colocado el aparato de radio.
Luego se entraba a un pequeño patio de luces donde recuerdo que estaban los contadores de gas del edificio, y un water.
Se subía la escalera… tenía una barandilla de hierro. Tanto la puerta como la barandilla en aquel año 46, no voy a decir que fueran Art Decó, pero tenían un cierto estilo. Y se subían. Los rellanos del edificio, era un edificio sin ascensor, eran amplios. Había cuatro puertas, dos ventanales amplios en el rellano. Uno de los pisos hacía chaflán con la calle Garcilaso. Recuerdo aquel piso en el que vivía una familia con la que mis padres tenían bastante amistad y donde yo como niña subía como si fuera a casa de mis abuelos.
El piso de la derecha daba a la parte delantera del edificio, y los otros dos, uno era completamente interior y el otro, sus ventanas daban a la calle Garcilaso.
Nosotros vivíamos arriba, sobre el último piso, lo que ahora llamaríamos una buhardilla. Recuerdo aquella vivienda como una vivienda grande, muy grande, y muy alegre.
Tenía un pasillo largo, a la izquierda había un gran ventanal, torcía el pasillo a la derecha un baño. Un baño pequeño, creo que era simplemente un water si no recuerdo mal, también con una gran ventana.
Luego entraba a un comedor bastante amplio. Calculando metros, aquel comedor podía tener perfectamente 25 o 30 metros.
Cuando entrabas, a la derecha una gran ventana y también un banco corrido para guisar con una gran pila de granito. El comedor, un armario empotrado grande al fondo. Y de aquel comedor se entraba a tres dormitorios.
Enfrente el dormitorio de mis padres, en el mismo frente, pero separado por el aparador, la entrada al otro dormitorio donde dormía yo, y al fondo una gran habitación que mi madre tenía prácticamente vacía, solo recuerdo que estaba allí la máquina de coser.
En esta casa, las ventanas de delante daban a un patio de luces y a una gran terraza del edificio. La parte de detrás, desde la ventana de mi habitación y la otra se veía el río. Actualmente no sé si verá, no creo que hayan edificado grandes fincas detrás, pero en aquel momento desde allí se veía el río.
La terraza del edificio
No describiría bien la casa si no hablara de las terrazas.
Como he dicho antes el edificio hacía esquina con cuatro pisos por planta. Las terrazas eran muy grandes. Había dos patios de luces, uno del que ya he hablado cuando describía los rellanos y quizá el encanto de la vivienda es aquella terraza en la que yo tomaba el sol, jugaba.
Desde la terraza que daba a la calle Roteros recuerdo ver las terrazas de los edificios de alrededor, las casetas que remataban las escaleras, los postes metálicos con las cuerdas de tender.
Recuerdo sobre todo, y como una cosa muy lejana, subir a la terraza a ver los castillos de fuegos artificiales para San José. Por aquella época soltaban para fallas un globo. Supongo que desde la plaza del ayuntamiento. Yo recuerdo con ilusión verlo emerger de entre las fincas, asomada a nuestra terraza.
No recuerdo ver campanarios. Supongo que sí se verían, el de la Santa Cruz, el de la iglesia del Carmen, el de San Lorenzo,… pero en mi recuerdo de niña no han quedado las torres de los campanarios.
Desde la parte de detrás de la terraza se veía el rio.
El río era un sitio al que iba con mis amigos de la finca.
Con aquellos botes de casco amarillo de la leche condensada, yo que siempre he sido muy miedosa, cogían ranas, las tapábamos, y luego las soltábamos en la terraza.
Me doy cuenta recordando, que al hablar de estos pisos recuerdo también a la gente, pero no quiero nombrarla porque esto sería muy largo.
En mi edificio, en época de posguerra, vivía gente muy variada. No sé, puede recordar a cualquier novela de Cela, desde la gente muy acomodada, como unos vecinos que sus padres vivían en el edificio emblema de Bancaja, hasta las pobres chicas que cogían puntos de media, bordaban, salían emperifolladas, pero en su casa pasaban grandes apuros, vivían con su madre.
Militares, abogados, allí había un variopinto, pienso que gente de medio pelaje, y mis padres en la portería, quizá vivían con menos apuros que la mayoría de vecinos del edificio.
Mis padres habían llegado a vivir allí por la falta de vivienda en la posguerra y porque a mi padre, por mutilado de guerra, le habían adjudicado aquella vivienda.
Los muebles de la vivienda
Mi madre tenía la portería como era ella, muy repulida, pero yo recuerdo el olor a gas de aquel bajo, sobre todo cuando venía de las vacaciones del pueblo. El olor a gas lo notaba creo que nada más entrar por la puerta.
Arriba mi madre en el pasillo no tenía muebles, y en el comedor tenía unos muebles que ahora, después de que se tiraron, pienso que eran unos muebles bonitos, eran unos muebles que le habían hecho a mano cuando se casó, muy muy estilosos, ya digo era la época del art decó, hechos a medida y sobre todo recuerdo una lámpara preciosa azul que había en el comedor.
Recuerdo las cortinas rojas de encaje de mi habitación y recuerdo la gran cuna que había en la habitación de mis padres, una cuna en la que podía dormir un niño hasta los cinco o seis años. Era una cuna rosa con Bambi pintado.
No sé que más puedo contar de esta casa, quizás el ambiente de la calle Roteros, las tiendas, el colegio al que iba, La Gran Asociación, muy cerca de casa. La parroquia, a la que iba al Catecismo; recuerdo todos los niños en fila entrando por la puerta lateral, recuerdo los pasillos de aquella iglesia, creo que sería capaz aún hoy de llegar al sitio donde dábamos el catecismo.