Kisbi era un perro que nació sobre el año 50. Era de raza desconocida, de aspecto muy simpático. Era de talla mediana, de color canelo, con un rabo retorcido con muchísimo pelo. Lo recuerdo con las patas finas y muy ligero al andar y que el rabo era como un gran plumero que iba a derecha y a izquierda.
Kisbi era el perro de mi prima Juanita. A mi prima se lo regaló su novio Enrique. En su casa habían tenido una cría de perros y Juanita lo había recogido como el más bonito de la camada que había nacido.
Kisbi fue un perro que vivió a lo mejor sobre 12 años o 15. Para hablar de él he preguntado a Juanita que tiene 98 años y enseguida, con su voz juvenil ha dicho «¡Ay Kisbi, ay Kisbi!». Yo he empezado a nombrar y recordar a Kisbi contándoles cuentos a mis nietos, hablándoles del pasado, historias de la familia, de niña, «bueno pues la yaya conocía esto. Yo conocí un perro que…» y quizás recuerdo como anécdotas graciosas tres o cuatro de su vida, las que siempre comentamos y que son mis recuerdos de niña.
Recuerdos
Recuerdo cómo siendo mi hermana una niña de unos dos años, se puso a pelar un caramelo. Ella le dijo, «Te daré un trocito” y Kisbi esperó. Cuando mi hermana ya tenía el caramelo en la mano, Kisbi se lo comió entero. Y mi hermana, que le encantan de siempre los animales, se quedó sin caramelo. Pienso que aquel perro la debía querer.
En aquella época vivíamos las dos familias en el barrio del Carmen. Nosotros en la calle Roteros y mi tía, mis primas y Kirbi detrás de la iglesia de los santos Juanes. Pues Kirbi se cruzaba todo el barrio para ir y venir de una casa a otra. Cuando llegaba a mi casa, tocaba la puerta con las patitas, se le abría y entraba. Si estaba mi padre no entraba. Asomaba la cabeza y se iba corriendo porque mi padre le hacía movimientos con los pies, ruidos con el dedo índice y el perro salía corriendo como alma que pierde el diablo. Tanto mi madre como mis primas y mi tía, si querían decirse algo, no era época de teléfonos, ponían un papelito en el cuello de Kisbi que iba de una casa a otra a llevar el recado. O incluso un paquetito de café, o cualquier cosa.
Cuando al cabo de unos años mi prima se casó, se llevo a Kisbi con ella, claro. Mi prima se fue a otro barrio, al final de Antiguo Reino. Era otra época, finales de los años 50, así que supongo que lo soltarían a la calle.
Y Kisbi había aparecido alguna vez donde había vivido antes con mi tía y mis primas. Alguna vez avisaron a Juanita de que Kisbi había aparecido por allí a verlos en la portería. Nosotros tampoco vivíamos ya en el barrio.
Realmente era un perro simpático y claro mi prima que ha adorado siempre a los animales, dice “yo lo quería con locura”. Cuando nació su primer hijo, Kirbi se sentó al lado del Moisés del niño sobre sus patas traseras y allí se pasaba las horas, vigilándolo, que nadie se acercara. Cuando te acercabas, él daba cuatro vueltas alrededor del capazo, como diciendo “venga, fuera de aquí”.
Recuerdo también que vino mi abuela Dolores del pueblo a visitarnos y fuimos a casa de Juanita, mi tía vivía con ellos. Kisbi podía tener perfectamente 9 o 10 años ya, o sea ya acusaba la edad. Le debieron decir a mi abuela “Si quiere puede bajarlo a la calle” y mi abuela, tan contenta, cogió al perro. Del quinto piso que vivía mi prima bajaron por la escalera. Mi abuela no pensaba ni subir ni bajar por el ascensor. Ella sola con el perro dieron un paseo y a la vuelta, ahí tuvieron un forcejeo el perro que no quería subir por la escalera y mi abuela que no quería subir por el ascensor. Al final mi abuela subió y dijo “Rediós, al perro lo he tenido que subir cinco pisos en brazos”. Kisbi ya era mayor y tenía problemas de corazón. Ni Juanita ni yo recordamos cuando murió. Pero nos ha dado muchos recuerdos.